La salida

Ese día, al salir con su mochila roja y una bolsa plástica tamaño jardín en la que llevaba buena parte de su ropa, se convirtió en manera irreversible en adulto. Algo prematuro, pero irremediable. No había cumplido aún quince años edad, pero más de la mitad de su vida no había sido un niño, a pesar de lo asombroso que puede sonar.

Mientras caminaba por el pasillo de la casa hacia la puerta la madre le gritaba: -!Papito¡, ¿qué le pasa? ¿por qué hace eso? ¡hagame el favor y deja esas cosas y se devuelve!.
Él, con el corazón partido en mil pedazos, siguió su paso firme hacia la puerta. Mientras pasaba frente a la cocina, escuchaba gritar al protagonista de las aberraciones que habían amputado esa etapa de vida que no conoció.
¡Dejálo mujer! – decía- ahorita va estar aquí otra vez buscando a la mamita. Va a tener que regresar, dejálo que haga el ridículo jugando de hombre.

Cuando estaba frente al portón de la casa, abrió la cerradura y se volvió, dio la última mirada hacia a lo que por última vez vería como su hogar, se dirigió a la mesa, colocó ahí las llaves y salió. Nunca va a olvidar el árbol de mango que estaba justo frente al portón, esa era la única de las casas en las que había vivido que tenía un árbol de mango.

Siguió caminando por el pasillo que lo llevaba al portón principal. Llevaba sus pulmones cargados de aire, como dando un profundo suspiro, intentando de esa forma retener el llanto profuso que emanaba desde los más profundo de su alma. Caminaba contundente, pero esperanzado de oír un grito de su madre que le prometiera algo, cualquier cosa. Esto no sucedió.

Al poner el primer pie sobre la acera, miró hacia ambos lados y decidió tomar hacia la derecha. Algo de manera inconsciente le estaba ubicando en un rumbo que jamás hubiera imaginado, pero que a la larga, le salvó la vida. Las primeras dos cuadras las caminó con la sangre hervida, sentía como sus venas le quemaban los delgados brazos y sentía como el odio y el enojo lo hacían mover los pies sin siquiera determinar si llevaba la prioridad de peatón al cruzar las calles.

Al llegar a la segunda cuadra se desmoronó. Las lagrimas salían solas de las cuencas de sus ojos negros, era como si estuviera dejando un rastro de lagrima para que su madre lo pudiera rastrear cuando saliera a buscarlo. Pero no, esas lágrimas se evaporaron bajo el caluroso sol de la ciudad de Alajuela.

Fue un sábado.

Publicado por Aureliano Bogarín

Aureliano Bogarín es una figura mítica que ha navegado las turbias aguas de la razón para descubrir la profundidad de sus mares y sumerjirse a explorar sus aguas con todo y las consecuencias, el resultado es lo que aquí se resume. Es decir, la contradicción entre la razón y locura.

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